Trémulo y quejumbroso te trajeron a casa a principios de verano. Confieso que al principio no me hacía mucha gracia la idea de tener un gato, y menos un gato agónico y mortecino. Supongo que cambié de parecer cuando, estando sentado en la bodega, viniste a mi. Cojeando, haciendo un gran esfuerzo y olvidando por un momento tu dolor empezaste a jugar con el cordón de mi sudadera. Ambos necesitabamos el calor de una sonrisa.
Poco a poco ibas olvidando tus dolencias. Cada día tenías más apetito ¡Vaya si tenías apetito! Cuando te llevaban galletas con leche te relamías como si fuera lo más rico que hubieses comido nunca pero, tampoco le hacías ascos a un buen taco de jamón. Nunca he visto a nadie que, en proporción, comiese tanto como tú ¡Apenas levantabas un palmo del suelo y ya eras capaz de comerte entera una lata de jamón cocido! Te encantaba. Aunque tampoco podías quejarte, cada vez que podía me acercaba a hurtadillas a darte algo de comer, aparte de lo que ya te ponían. Pero dejé de hacerlo cuando me di cuenta de que todos lo hacíamos, nos gustaba tanto verte comer que siempre nos escondíamos algo de comida en el bolsillo para luego dartelo a escondidas. Sobre todo abuelo, que un día abuela le pillo con medio plato de bacalao escondido en una servilleta, no le pilló por el olor, sino por el lamparón de grasa que crecía por momentos en su pierna.
Pasaste diez días acurrucado en una vieja colcha de flores que te había puesto mi madre en la bodega. Era tu pequeño refugio, tu reino. No salías de allí y así dejabas actuar a la naturaleza, que no tiene un pelo de tonta, para reponerte por completo.
No sabes cuánto me alegré cuando supe que te habías curado por completo y más, cuando fuiste tu quién me lo hizo saber pegando un brinco suicida desde la encimera de la bodega pero... ¡Voilà! El jovencísimo Kung Fu ya se había repuesto por completo, ya no cojeaba y la musicalidad de sus maullidos estremecía el más negro de los corazones y se hacía un hueco en las dependencias de lo imborrable, en mi memoria.
La verdad, amigo, es que como gato no te podías quejar. Vivías a cuerpo de rey "jodio", pero bueno, tampoco te portabas mal como esos gatos maleducados y ariscos que se ven por ahí... hay cada uno...
Tu salida de la bodega forzó tu entrada en la adolescencia y aunque ya habías conocido la amargura de todo aquello que ES nadie esperaba que tu inicio fuera idéntico en formas, pero no en tiempo, a tu final.
Todo era nuevo para ti, te asustabas hasta de las hojas que caían a tu lado.
Septiembre llegó sin avisar y el otoño fue ungiendo al verano, pero a ti eso ni te importaba, incluso parecías disfrutarlo, así las hojas de los carballos no te impedía subirte a las ramas más altas. Cada día más valiente, cada día más alegre, cada día más lozano.
Yo, por mi parte, tuve que volver a Madrid, ya sabes, por temas de la universidad. Pero de vez en cuando le preguntaba a abuela por ti. Al parecer no parabas de darle motivos para refunfuñar y quejarse, ya sabes cómo le gusta. Que si el gato me tira las macetas, que si el gato se come el pienso del perro, que si el gato esto, que si el gato lo otro.
Cada vez que iba al pueblo, que era con poca frecuencia, parecía que me reencontraba con un viejo amigo. Cada vez estabas más grande y hermoso, cada vez maullabas más alto y tu pelo se volvía más radiante por momentos. Me encantaba que al abrir la puerta de la verja, estuvieses donde estuvieses, corrías meneando el rabo para darme la bienvenida.
¿Y qué me dices de lo pesada que era Ana? No te soltaba. Pero bueno, le recordabas mucho a su gatito Benito, por cierto si le ves por ahí dale recuerdos. Pero bueno, tampoco te quejabas, te encantaba tanto abrazo.
Acaba de llegar Ana a casa, y están hablando de ti.
Y qué me dices de cuando te escapabas corriendo de los varazos del "bruxa". O cuando perdías el culo para llegar a la llamada de abuelo ¡¡¡KUUUUNG FÚ!!! Y cuando a escondidas te daba comida por la ventana.
Lucrecia, llegó hace ahora un par de meses y no te negaste a hacer de padrazo. Aunque si te tengo que decir la verdad, esa gatita nunca será como tu, es una arisca. Te echa de menos, está muy desorientada, yo creo que sigue esperando que vuelvas de uno de tus paseos, bueno, tu última escapada.
Kung fu, hoy te digo adiós. Digo adiós a un viejo amigo. A veces me gusta pensar que más allá del camino hay algo más, pero bueno Kung Fu lo cierto es que te vas como viniste, siendo víctima del devenir, del fluir del resto de las ánimas, y lo más triste, por culpa de un desalmado al volante de una cruel máquina de matar.
Descanse En Paz Kung Fu, solo espero que el desalmado que... que arda por siempre en el infierno.
Adiós viejo amigo.
1 comentario:
Hola,
He venido a conocer tu blog y a tí un poco a través de él. Esta mañana entré en tu blog y encontré esta historia de un gato que querías mucho, pensé que volvería otro rato para poder leerla más detenidamente.
Esta tarde he vuelto y veo que has cambiado la plantilla -si no me equivoco- ésta tiene más luz, como más vitalidad.
Me gusta mucho todo lo que explicas sobre Kun-Fú, y me apena que alguien sin miramientos, porque debía ir a un exceso de velocidad o estar muy despistado, lo haya atropellado, lo siento.
Yo también tengo una perrita Lucita y algunos gatos y me dan mucho afecto y alegrías, me lo paso muy mal cuando alguno se me muere claro.
Gracias por este momento, sabes escribir muy bien. Saludos.
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